Año: 2008
Autores: Elena Verdú, Isabel Benito, Carmen Pérez, Santiago Becerra

DE CÓMO CAMINAR EN OCHO CAPÍTULOS Y UN EPÍLOGO
Cap. I: LA DUDA
El planteamiento del concurso propone ocupar una de las múltiples bolsas de espacio del interior de las manzanas consolidadas del casco antiguo de Miguelturra. Estas bolsas están rodeadas por edificaciones residenciales, así que tratándose de un edificio de carácter eminentemente público, parece contradictorio insertarlo en una “isla” de espacio privado. Quizás el reto sea precisamente ese, conseguir que esa estrategia de ocupación no haga perder cualidades públicas al edificio.
Cap. II: EL CAMBIO
Resulta indispensable entonces conectar esa bolsa con el espacio público que rodea los límites de la manzana, en ese preciso instante el carácter de espacio interior, ensimismado, íntimo, recogido, de los patios privados cambia radicalmente. Ahora su cualidad fundamental es que se puede atravesar.
Cap. III: LA NECESIDAD
Y en la ciudad, si se puede… Se debe. El atravesar esa manzana de Perlerines a Ramón y Cajal pasa de ser una simple oportunidad a convertirse en algo indispensable, algo sin lo que no se sabe cómo ha podido sobrevivir la ciudad hasta ahora. Es inevitable pues, que el Centro Cultural asuma esa condición de infraestructura urbana, será la pieza fundamental que configure la nueva calle de Miguelturra.
Cap. IV: ELECCIÓN
Una vez abierto el camino, queda decidir la forma de recorrerlo, como sucede con las caretas de la Tragedia y la Comedia que representan al Teatro, ante un camino por andar, surgen el Yo práctico y el Yo hedonista… Más Yos quizás sería esquizofrenia. El pragmático tratará de cruzar sin más motivo que llegar al otro lado lo antes posible, en cambio, el contemplativo, buscará los lugares que se le ofrezcan para entretenerse sin preocupación. Resultaría cruel que el edificio no les ofreciese a ambos su alternativa. Ir o pasear.
Cap. V: EL ATAJO
Hoy hay prisa. La mente, acelerada, elige con rapidez entre los recorridos posibles que es capaz de encontrar en su memoria el más corto… Llegar antes… Correr… Atajar… El Centro de Cultura se coloca en paralelo, tangente. Pasa por encima o por debajo pero nunca interrumpe el trayecto a nivel y directo entre las dos calles. Como mucho, ofrece aquello que al ajetreado individuo no le distraiga en exceso, información sobre funciones, la compra rápida de un par de entradas, y una plaza con cafetería donde quizás reponer fuerzas para poder continuar. La imagen de alguien sentado apurando gustosamente su cerveza convierte la idea en algo tentador… No, no hay tiempo.
Cap. VI: PASEANDO
Mañana de un sábado cualquiera, saliendo a dar una vuelta. La cabeza calmada, recuerda vagamente una confusa mancha verde de aquél día de prisas y carreras, un lugar que parecía el indicado para caminar, separado de la bulliciosa calle aunque a veces alguien lo utilice como atajo, parecía elevarse progresivamente sobre la ciudad. Un lugar con la necesaria calma e intimidad como para dedicarse a la contemplación… Y superada la pereza inicial, quizás también a la Cultura.
Cap. VII:LA REFLEXIÓN
Lo que nos diferencia esencialmente de los animales es nuestra capacidad para reflexionar sobre nosotros mismos, aunque la mayor parte de las veces no nos sirva de mucho. Las diferentes alternativas programáticas del Centro se ofrecen jalonando un recorrido que “estira” el trayecto directo, elevándolo y plegándose sobre sí mismo, para obtener inesperados y diferentes puntos de vista sobre la propia realidad (Miguelturra y la Cultura).
Cap. VIII: EN EL “LAZO”
Y a cada lado del atajo… Un lazo. Un lazo “activo” y otro “pasivo”. En el primero existe movimiento, intercambio activo de conocimientos, personas creando y personas recibiendo. En éste lazo se encuentran situadas el área de representaciones, la de exposiciones, el área de cultura y de comunicación del Ayuntamiento… Y la cafetería. Al otro lado del atajo, la Cultura almacenada. Los libros. Mundos compuestos por infinitas combinaciones de letras palabras y frases. Y por si el esfuerzo de la lectura se hace demasiado duro… Una sala de proyecciones.
Epílogo: DÉJÀ VU
Se acerca el final de la mañana y la plaza al final del recorrido se presenta como un reclamo irresistible, un aperitivo a la sombra de esos extraños arboles que parecen surgir de muy por debajo del suelo. Al rato, en el momento de saborear la última gota de la cerveza, por debajo del pequeño puente de la nueva Biblioteca y haciendo gala de una absoluta falta de respeto por el descanso ajeno, irrumpen apresuradamente un caballero cuyo tronco parece querer correr más de lo que le permiten sus pies y su maletín. En cuestión de décimas de segundo, desaparece por el pasadizo en el que antiguamente estaba el Cine Paz. Perplejo por la impertinente interrupción, y aún con la inquietud contagiada por aquel hombre, poco a poco, como la punzada retardada de un repentino golpe, se va haciendo patente la dolorosa realidad de que todavía hay quien tiene que trabajar un sábado.








