VIVENDA EN VILLANUEVA DEL PARDILLO. MADRID

Año: 2009

Autores: Elena Verdú, Carmen Pérez, Isabel Benito, Santiago Becerra

El encargo se realiza sobre una parcela de típico desarrollo urbanístico residencial unifamiliar, compuesto por pequeños pedazos de terreno segmentado clasificados por tamaño en función del poder adquisitivo del futuro comprador. En nuestro caso, la parcela es pequeña (700 m2) y, mientras que la normativa estética es menos rígida de lo acostumbrado en el entorno de la Sierra de Madrid, la normativa aplicable relativa a edificabilidad y ocupación deja poco margen de maniobra.

En la urbanización, este marco normativo da lugar a un tipo residencial característico que consiste en un volumen compacto que agota las posibilidades de edificabilidad sobre el máximo de ocupación en la parcela por superposición de plantas y situada en ella siguiendo parámetros geométricos y de visibilidad. En esos casos, la visibilidad se refiere a la cualidad del espacio de “ser visto”. Si la edificación se ajusta al retranqueo del vial principal de acceso, se consiguen dos objetivos tradicionales de la residencia aislada: que la edificación se pueda exhibir hacia la calle como símbolo de representación del poder económico del propietario (construyendo una “fachada” a la que la normativa obliga a renunciar con el retranqueo) y, por otro lado, proteger el espacio de jardín (considerado como espacio de relajación de las convenciones sociales) de la indiscreta vista del peatón.

Esta esquizofrenia entre introversión y exhibicionismo, unida a la rígida geometría de la parcela que casi obliga a la edificación a “encajonarse” dentro de sus límites, acaba forzando como resultado formal un cubo asomado a la calle que luego se decorará según el estilo vigente en la época de la construcción, o del patrón social con el que el dueño quiera ser identificado.

Es decir: un chalet.

El proyecto no trata de luchar “contra” estos parámetros de partida o contra el deseo del cliente de acceder a la imagen preformada de vivienda a la que la sociedad le ha dirigido, sino que trata de modificar las premisas de partida, basándose en criterios de lógica arquitectónica y no de mera representatividad. Partiendo, por tanto, de esas casi inevitables condiciones y a través de una serie de operaciones topológicas, se va transformando el volumen para adaptarse a unas condiciones de partida “nuevas”.
Esas condiciones son:
-El aprovechamiento de todas las posibilidades de relación entre el volumen construido y el espacio libre que deja a su alrededor sin resignarse a la solución única que se deriva de las condiciones normativas, buscando la apertura o ensanchamiento de los espacios residuales que produce ceñirse estrictamente a los retranqueos para generar subespacios adaptables a la variación estacional. De esta forma, además, se consigue mantener un grupo de encinas existentes en el interior de la parcela.
-La búsqueda de las vistas subjetivas y no de las ajenas y de una mayor exposición al soleamiento, que se conseguirá, junto a la creación de un nuevo subespacio exterior, a través del giro de la planta.
-Y, por último, una tercera operación de deformación acentúa el espacio de acceso que, aunque rara vez funcione como tal en un desarrollo urbanístico de este tipo (se accede casi siempre en vehículo) gracias a esa operación adquiere unas características formales que lo hacen funcionar como un tercer patio, posibilitando la puesta en valor de un espacio normalmente condenado a hacer de previo a una puerta de entrada testimonial y representativa.

El hecho de que se utilice la planta como el documento de referencia para comunicar, no implica que estas operaciones se restrinjan exclusivamente al plano horizontal, sino que se trabaja de forma coherente con el volumen completo de la edificación. La operación topológica fundamental en este sentido consiste en que el volumen se eleve progresivamente desde el arranque del garaje en contacto con el terreno hasta el extremo opuesto de la vivienda, de forma que permita la superposición de plantas en la parte más favorecida por las vistas y el soleamiento, así como un incremento gradual de la altura de las estancias principales.

El resultado, en comparación con el tipo al que hacíamos referencia al inicio, es una vivienda que, al margen de las condiciones restrictivas de la parcela, exprime al máximo sus posibilidades diferenciadas de relación con el entorno, tanto próximo como lejano, mejorando además la capacidad de la edificación para cualificar los distintos espacios interiores cuyas necesidades singularizadas serán las que definan con más detalle las dimensiones de la configuración final de la geometría.
La distribución de estancias responde al esquema lógico de gradación público-privado, con acceso a través de un vestíbulo de doble altura situado en el vértice interior de la “V” que forma la planta y que da paso directo a los espacios de cocina y salón, también a doble altura. La geometría de la planta, unida a la situación del acceso, sitúa a éste último en el centro geométrico de la vivienda de manera que, sin perder privacidad, se tiene acceso casi directo a todas las estancias, reduciendo recorridos de distribución y su consiguiente consumo de superficie útil. El arranque de la escalera se sitúa también en dicho punto optimizando también el acceso a la planta superior. Los dormitorios se colocan en dos plantas –hecho posibilitado por la deformación topológica del volumen explicada con anterioridad– en la parte expuesta a la teórica mejor orientación –la Sudeste– mientras que el espacio del salón participa de la práctica totalidad del recorrido del arco solar y el de cocina de la Suroeste, orientación mala en el duro verano continental pero que se encuentra protegida por un grupo de encinas existentes que se conservan.

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